La noche,
hogar indiscutible de las garras,
los colmillos y el cantar de los lamentos,
testiga tal vez no fiel ni sincera
del callar a entre dientes en mis ojos,
que gritan desesperados su sequía,
que la ausencia de oscuridad los mata,
el llanto ya no es posible de ser identificado
en su abandonada escala de grises,
ruegan en silencio
el permiso para romperse,
ruegan en su falta de humedad
por el momento en que no tengan ese inmenso miedo a hundirse.
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