Traen las nieblas cuentos,
tratos amargos entre luces de sepia,
traen las luciérnagas
sus estupendas razones del daño unilateral.
Caen los lazos al suelo
mientras las orquestas callan su subjetividad,
soy amo del desdén,
del amor por la falacia,
por la desdicha de un dramaturgo sin profesión.
Tocan las campanas de un entierro:
el loco cuan feliz nos abandonó,
tan perdido y tan cuerdo
que en su finita eternidad,
su sangre, su traje y su destartalada prisa,
fueron la única rosa en su corazón.
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